Recuerdo que mis padres solían hablarme de Santa Catalina con devocion. No porque fueran creyentes acérrimos. Era porque sentían que era algo que cualquier arequipeño debía conocer.
No camine el monasterio hasta algunos años después, y entonces supe que tenían razón.
Ahora es un lugar más o menos cotidiano para mi. El trabajo me ha hecho íntimo con sus callejones, y escaleras y techos y cornisas.
Incluso cuando las sombras se mezclan con el ocre de los muros y esa pequeñas imperfecciones del sillar.
Eran sombras lo que encontramos hace unas semanas en Santa Catalina. Las sombras del pasado arequipeño. No ese vago y fantasmagórico que habla de blanca y heróica ciudad. Ese de gentes vivas, hoy o hace tal vez trescientos años. Gentes que tuvieron hambre y ganas de caminar y música en sus callecitas de sillar.
Los trasuntos del pasado nos llenaron las lentes de claroscuros para pensar... y recomendaciones de paseos a oscuras, tal vez con luz de candiles por las cerradas callecitas de una ciudad antigua, congelada en el tiempo, que sin embargo vive y recuerda a sus hijas e hijos cada vez que no son tan solo las paredes viejas y las bóvedas humeantes de sus casas y volcanes las que los formaron...también el cambio y la revolución, que no olvidan ni desplazan esa relación trascendental entre las gentes, la tierra, un trozo de sillar pintado o no, y una tradición generosa llamada Arequipa.
No camine el monasterio hasta algunos años después, y entonces supe que tenían razón.
Ahora es un lugar más o menos cotidiano para mi. El trabajo me ha hecho íntimo con sus callejones, y escaleras y techos y cornisas.
Incluso cuando las sombras se mezclan con el ocre de los muros y esa pequeñas imperfecciones del sillar.
Eran sombras lo que encontramos hace unas semanas en Santa Catalina. Las sombras del pasado arequipeño. No ese vago y fantasmagórico que habla de blanca y heróica ciudad. Ese de gentes vivas, hoy o hace tal vez trescientos años. Gentes que tuvieron hambre y ganas de caminar y música en sus callecitas de sillar.
Los trasuntos del pasado nos llenaron las lentes de claroscuros para pensar... y recomendaciones de paseos a oscuras, tal vez con luz de candiles por las cerradas callecitas de una ciudad antigua, congelada en el tiempo, que sin embargo vive y recuerda a sus hijas e hijos cada vez que no son tan solo las paredes viejas y las bóvedas humeantes de sus casas y volcanes las que los formaron...también el cambio y la revolución, que no olvidan ni desplazan esa relación trascendental entre las gentes, la tierra, un trozo de sillar pintado o no, y una tradición generosa llamada Arequipa.
En este trip participaron: Verónica García, Jorge Bedregal, Daniela Fernandez, Enrique Durand, Reynaldo Bedoya y como invitado especiales: José Pasano, Alicia Farfan.
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