Los altos muros de los monasterios nos dicen de un mundo que se define como inasible, místico y copia de la ideal ciudad de dios. El monasterio de Santa Teresa es una de esas burbujas de tiempo que se han detenido en la Arequipa colonial. Recientemente abierto al público, es una pequeña muestra de ese mundo que se ha quedado detenido y que ahora se muestra en una dimensión a veces difícil de asir para los legos y los incrédulos.
En sus claustros parcos y sobrios se pueden adivinar aún esas cadenciosas procesiones meditabundas y mujeres cubiertas que murmuran oraciones interminables. Las celdas que albergaban los martirizados cuerpos de las monjas, de austeridad evidente, ahora sirven de galerías de arte de objetos que por su prolijidad y belleza nos hablan de largas horas de trabajo febril y delicado.
No es sólo la arquitectura conventual arequipeña el motivo de su riqueza y atractivo. Es también una magnífica oportunidad para acercarnos a esa realidad religiosa compleja y densa de simbolismos y rituales. En una modesta, pero espléndida colección de arte religioso, podemos ver ese místico encierro e intuir sus dramas y sus alegrías.
La cerecita del pastel es constatar que hay aún un mundo cerrado y secreto de monjas de quienes sólo podemos oír sus voces en cantos de oración.
Participaron en este trip, Santiago Bedregal, Angélica Mendoza, Daniela Fernandez, Verónica García, Reynaldo Bedoya y Jorge Bedregal.
1 comentario:
Excelentes fotos!
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