A lo largo de los años, las tradiciones de los arequipeños han ido cambiando, haciéndose a los tiempos.
Y tal vez una de las que sobrevive a pesar de todas las cosas que han pasado a nuestra ciudad es el corso del 15 de agosto.
No es una “tradición” en el estricto sentido de la palabra. Pero en realidad, el aniversario de la ciudad no las tenía multitudinarias, y el hecho de ver a miles reunidos en las calles, viendo pasar las alegorías de la vida arequipeña montadas en un camión nos llama a fotografíar, que es la manera de los trippers para contar historias.
Miles sí; alegorías arequipeñas cada vez menos. Y aunque duelen los cambios, festejamos igual el ingenio a la hora de armar los carros, y las comparsas de bailarines desfilando casi sin fin por las calles de nuestra cuatricentenaria y amada ciudad.
Enoja lo largo del desfile, la falta de criterio de algunas personas en la calle para ocupar el espacio público haciéndolo suyo sin más, y cobrando por él. Asusta e irrita el patético intento de las autoridades por imponer un orden completamente falaz en las calles descontroladas. Pero la fiesta continúa y es tan cara a los characatos de corazón que nos pasamos por encima los enojos, y nos abrazamos con la gente en las calles buscando la maravilla de la felicidad compartida por esta tierra que nos hizo, tal y como somos.
Impenitentes, revoltosos, traviesos hijos del volcán.
Y en nuestro caso, tripperos, con alma de sillar.
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